domingo, 30 de diciembre de 2007

... en fin

Así, como si nada, y casi coincidiendo con fin de año y los balances correspondientes, te cambia la vida.

Una se pasó la vida diciendo y analizando y estudiando sobre cómo hacer las cosas. Tratando de decifrar en medio del inmediatismo alguna señal que conduzca a la organización social, al pensamiento crítico, al protagonismo de la clase trabajadora. Mucha teoría y mucha práctica marginal. Siempre marginal. Y de pronto, te dicen que sí, que bueno, que ahora tenés que hacer todo lo que decís que hay que hacer. Y te ofrecen medios no marginales para que lo hagas. Y la gente que pensó, analizó y practicó con vos durante mucho tiempo está ahí y dice que sí, que vos podés, que entre todos podemos. Y una sabe que tienen razón, que hay que intentarlo. Que en todo tiempo y lugar hay cosas seguras y cosas posibles. Y que el desafío es convertir en seguras muchas cosas que hasta ahora sólo son posibles, para poder ir por más. Y que el sólo intentarlo vale la pena.

Y una tendría que alegrarse. Pero no me sale. Quizás esté asustada, quién sabe. Por ahí es mi inseguridad que me está acechando. Probablemente la que acecha es la soledad. En estos días complicados, de mucho laburo, de mucha presión, hay una imagen que no me abandona. Ahí estoy yo, con 16 o 17 años, explicándole a mi viejo que él ya no tenía elementos para manejar mi vida, que tenía que dejar que me haga cargo yo. Y ahí está mi viejo diciendo que sí, que -tenés razón, manejate-. Y me manejé. Sola. Tan mal no me fue. Pero creo que la soledad me acompaña desde entonces, y parece que no me va a dejar.

Tal es así que a esta altura, con todo lo que tengo por hacer y por pensar, con todo lo que tengo, con todo lo que me falta, con el miedo de no poder hacer las cosas bien pero segura de que voy a intentarlo, hoy, ya 31 de diciembre, me voy a ir dormir pensando, en medio de ese enorme barullo que tengo en la cabeza, en lo sola que estoy. O en lo sola que me siento, sabiendo que no voy a poder decirte feliz año, cielo.

sábado, 15 de diciembre de 2007

de Leopoldo Marechal, 1948.

el cirujano gordo los envolvió (a sus discípulos) en una fría mirada:

¡Doctores! -expuso tristemente-. Con sacrificios indecibles hemos inventado y difundido una mística del cuerpo. Recordarán ustedes que, durante siglos, la humanidad asistió a un espectáculo bochornoso: el Alma se batía con el Cuerpo y le ubicaba golpes bajos, ante la complacencia de feos teólogos que, hundidos en sus butacas del ringside, presidían el match, silbaban al Cuerpo y aplaudían al Alma como energúmenos. Por fortuna, llegamos nosotros y nos convertimos en managers del Cuerpo: a fuerza de buches, masajes y adulación conseguimos hacerlo reaccionar; y en los últimos rounds el Cuerpo tiró al Alma contra las cuerdas, la llevó a un impecable knock-out; y el Cuerpo es ahora el ídolo de las muchedumbres. Tan exitosa fue nuestra rehabilitación del cuerpo, que la humanidad entera vive hoy pendiente de nuestros bisturíes. ¿Es así o exagero?

-¡Así es, así es!- exclamaron los de la gradería.

-Pues bien -remató el cirujano gordo-, ¿qué ocurriría si (...) el Alma volviese al ring para escupirnos el asado?.

sábado, 8 de diciembre de 2007

Adán me mira y no sonríe.
No puede. Desde otro infierno
Buenosayres se vuelve irreductible.
Como sin piedad, como sin tiempo.

De soslayo comparto sus dolores
y me nutro de sus cosas aprehendidas.
Absorbo el sonar de su glorieta
constato sus recuerdos y sus iras.

Pregunto sus preguntas sin respuestas,
Trasnocho en sus noches hechas trizas,
Transcurro en sus labios de poeta.

De a poco, nuestros cielos se parecen:
son cielos que en cuadernos,
profetizan.